NAVIERA ARMAS

 

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El mercado global de las algas marinas se estima entre los 6.000 y 8.000 millones de euros anuales, de los que un 85 % se genera directamente por el consumo humano. La producción mundial es mayoritariamente por cultivo y se concentra en países orientales, China a la cabeza, aunque perdiendo protagonismo frente a otros productores. Es un mercado en continuo crecimiento: según la FAO, en el año 2018 se produjeron en el mundo más de 32 millones de toneladas de algas marinas, tres veces la cantidad producida en el año 2000.

Aprovechamos más de 200 especies de algas marinas pertenecientes a tres grandes grupos que son distinguibles por su contenido pigmentario: rojo (Rhodophyta), pardo (OchrophytaPhaeophyceae) o verde (Chlorophyta).

No todas se destinan al consumo humano directo, ya que algunas algas rojas y pardas producen unos compuestos conocidos como ficocoloides (fico del griego phykos, significa alga o hierba marina) que tienen propiedades estabilizantes para alimentos y como excipientes en productos cosméticos. Así que, de una forma u otra, hemos estado usando las algas durante mucho tiempo.

Las algas marinas se consumen porque aportan fibras, minerales, vitaminas, proteínas (en el caso de las algas rojas) y ácidos grasos poliinsaturados de cadena larga. Son consideradas un alimento sano.

Estas propiedades de las algas, pero sobre todo esa potencialidad económica, no ha pasado desapercibida para la Unión Europea, que las ha incluido en su estrategia de bioeconomía para el futuro inmediato. Se persigue el desarrollo de la industria europea de las algas bajo unos estándares de sostenibilidad. Sin embargo, encuentran barreras para su desarrollo, como el tamaño del mercado, la adaptación de normativas para el consumo, o las ambientales para el cultivo, sin afectar a la biodiversidad local.

Además, nuestra cultura permite asimilar fácilmente lo que comemos si procede de tierra firme, como la manzana o la lechuga, pero no sucede lo mismo con los productos del mar, particularmente los vegetales. Como las personas comemos también con la vista, el uso generalizado de las algas en la alimentación en Europa tampoco encuentra la celeridad deseada por su desconocimiento.